“Bienvenidos”. El mayordomo abre la puerta e invita a la recién llegada, empapada por las primeras lluvias otoñales, al gran salón. No es el comienzo de una novela de Agatha Christie, ¿o sí?. La semana pasada, la escritora Carmen Posadas nos invitó a seis periodistas, todas mujeres, a una comida para hablar de su nueva obra. Hasta ahí todo normal, pero resulta que la cita era en su propia casa y la novela Invitación a un asesinato (Ed. Planeta), su personal homenaje a la gran dama del misterio en la que una mujer convida a sus enemigos a su propio homicidio.
Con estos antecedentes, me adentro con algo de reparo en la preciosa casa atestada de libros que la uruguaya tiene en el corazón de Madrid. Antes de quitarme el bolso, un camarero me ofrece un cóctel azul, exactamente el mismo que Olivia, la protagonista, ofrece a sus invitados. ¡Pero, qué demonios! Si muero, que sea de cianuro en casa de la Posadas.
“Si cierras los ojos es como si bebieras cava”, explica a mi espalda una voz familiar. Enfundada en unas mallas negras y sobre unas discretas bailarinas, el cuerpazo de Carmen Posadas siempre impresiona, y más viendo las fotos de sus nietos en marcos de plata. “Son de mi hija Sofía, que es cirujana plástica”, comenta la orgullosa abuela. Después de un cóctel y de no dejar ni gota azul en las copas, la anfitriona nos conduce a la mesa con sus cuidados ademanes y su exquisita educación británica. El cianuro, afortunadamente, aún no ha hecho de las suyas.
Una vez en la mesa, y a pesar de la aparente cordialidad, la mente no puede dejar de pensar en aquel: “Diez negritos que fueron a cenar, uno de ahogó y quedaron nueve…”. Pero pronto la conversación me tranquiliza. “Quería escribir sobre la rivalidad entre hermanas”, rompe el hielo la escritora. “¿Tenéis hermanas? Yo dos más pequeñas, rubias y con ojos azules. Yo era fea, negra y nunca me llamaban chicos. Eso sí, ahora nos llevamos muy bien”. Con su porte y su elegancia innata, parece imposible que ella sufriera, como todos, las odiosas comparaciones. Pero nadie es perfecto. Así que, mejor que asesinarlas, Carmen se desquita con esta novela en la que la hermana estrella es mala como la tiña.
Carpaccio de boletus, rabo de toro y un postre a base de melón y mousse de chocolate. Las hermanas y los celos cubrieron la comida, deliciosa y para nada envenenada. El café, mejor en los sofás del salón. Allí Agatha, digo, Carmen, bajo un lienzo de uno de sus ilustres antepasados, pregunta sobre los entresijos de las revistas femeninas y sobre el mundillo del famoseo. Café, pitillo (aunque ella no fuma, no le gusta prohibir, en general), y calurosa despedida. Ya no llueve y he comido estupendamente. De elegir invitación, ¡prefiero que sea a un asesinato!
Con lo que me gusta Carmen Posadas.
ResponderEliminarAdemás, eso si que es una buena forma de presentar un libro.